MAYO 27, 2024
En Sinaloa empieza la pesadilla de los retenes del gobierno y del crimen organizado. En poco más de de 1,000 kilómetros había 15 retenes para revisar si había migrantes en el autobús
Lunes 8 de abril de 2024, 18:52 horas: El atardecer anunciaba que estábamos por llegar a las primeras 24 horas de viaje desde Ciudad de México. Ya habíamos pasado Michoacán, Guanajuato, Jalisco y Nayarit, en el centro-noroeste del país, pero al autobús 10729 de la compañía Elite todavía le faltaban otras 14 horas de recorrido para llegar al destino final: Tijuana.
Atravesamos Sinaloa, al noroeste de México, un estado controlado por el cártel del mismo nombre, cuando el chofer se orilló en la carretera, en medio de la nada, y abrió la puerta.
Las personas empezaron a voltear hacia todos lados, como buscando explicaciones de lo que pasaba. Se escucharon voces en la cabina del conductor y segundos después un hombre joven, de estatura baja, dijo: “Buenas tardes, somos la autoridad, los molestamos con su credencial por favor”.
Con él iba otro joven, ambos vestidos de negro, atuendo básico, sin insignias, no mayores de 30 años. Comenzaron a recorrer los asientos hasta llegar al mío, en la tercera fila del autobús.
– Disculpe, ¿de qué autoridad son? -me atreví a preguntar al joven que había hablado antes, cuando lo tuve de frente.
– Nosotros no somos ningún tipo de gobierno –respondió sin alzar la voz–, nosotros somos los encargados de aquí, de esta zona norte del estado. Nosotros somos una mafia, un grupo delictivo que se navega aquí y de la manera más amable buscamos no molestarlos”.
Sus palabras confirmaban un secreto a voces sobre lo que pasa en algunas carreteras de México al viajar en autobús: el crimen organizado caza migrantes en tránsito para robar, extorsionar, secuestrar e, incluso, desaparecerles o quitarles la vida. Por eso revisan las identificaciones, para detectar a quienes no son del país.
De hecho, la advertencia de contar con documentación es contundente desde el momento de adquirir el boleto, pues incluso en el portal web de las empresas transportistas especifican que se debe presentar identificación oficial o, en su caso, el documento expedido por el Instituto Nacional de Migración que avale la condición regular en México.
Sin embargo esta es una práctica ilegal, pues gracias a un recurso del Instituto para las Mujeres en la Migración y el Programa Universitario de Derechos Humanos de la UNAM, el Vigésimo Tribunal Colegiado en Materia Administrativa de la Ciudad de México reconoció que “solicitar un permiso migratorio para comprar un boleto de autobús y subir a uno, para viajar dentro del país, es una transgresión al derecho al libre tránsito y constituye un acto discriminatorio contra las personas migrantes”.
En México existen aproximadamente 930 centrales, estaciones y terminales de autobuses afiliadas a la Cámara Nacional del Autotransporte de Pasaje y Turismo (CANAPAT) y sus vehículos transportan a más de 3 millones 749 mil personas al año, de las cuales, un porcentaje suele ser conformado por migrantes tratando de llegar a la frontera norte, con la intención de cruzar a Estados Unidos.
Además, existe un sinnúmero de terminales independientes que no pertenecen a la Cámara y que, al ofrecer tarifas más bajas y recorridos mucho más cortos, son utilizadas de forma recurrente, por lo que existe otra estadística imposible de determinar.
Después de escuchar la respuesta del hombre, como si lo que acababa de oír no tuviera mayor impacto, tomé mi identificación de regreso y la guardé. No volví a mirar a ninguno de los dos sujetos que continuaron avanzando por el pasillo, en medio de un forzado silencio.
Viajar por carretera desde la Ciudad de México hasta Tijuana implica recorrer 2 mil 773 kilómetros en un periodo de 38 horas, que se pueden convertir en 46 dependiendo del número de paradas que se realicen en el trayecto, cada una con un tipo distinto de revisión.
Entre las 15 paradas que ocurrieron desde que el autobús entró al estado de Sinaloa, cinco fueron de carácter militar, en las que los pasajeros debimos bajar y someter nuestras maletas y bolsas a una revisión con un scanner de rayos X, mientras personal de la Defensa Nacional revisaba el interior del autobús.
Otras tres paradas las ordenó el Instituto Nacional de Migración (INM), una más fue realizada por personas con insignias de la Fiscalía General de la República y las seis restantes estuvieron a cargo de civiles.
Lunes 8 de abril, 9:15 horas, era la primera detención.
“Buenos días, somos personal de la Marina, les encargamos identificación en mano por favor”, indicó un hombre que vestía camisa negra con letras doradas en el pecho donde se leía la palabra ‘Marina’, pantalón verde olivo y zapatos.
Detrás de él avanzaba otro sujeto con arma larga, caminar amenazante, mas no grosero, y con el mismo atuendo, excepto que -curiosamente- traía tenis: ninguno de los dos portaba las obligadas botas militares.
Sin mayor novedad, se despidieron del chofer y bajaron. Abordaron una camioneta grande, color guinda, estacionada justo frente al autobús, sin ningún rotulado que identificara a qué dependencia pertenecía, donde les esperaba una persona al volante y emprendieron la marcha.
La tensión generada por la revisión se rompió en cuanto el camión retomó su camino. Los murmullos de la gente poco a poco subieron de volumen hasta convertirse en conversaciones en un tono regular.
– Ya se habían tardado, así nos van a parar a cada rato, la otra vez fueron como veinte veces -comentó mi compañero de asiento, un hombre originario del estado de Puebla que cada seis meses viaja al norte para trabajar, mientras su familia se hace cargo de sembradíos de chile, a los que, agradece, “aún no ha llegado el crimen organizado a molestar”.
“Tiene seis meses que yo viajé, estábamos desesperados. Esta parada aún no es nada. Nos paraban porque venía mucho haitiano, como no son de aquí les revisaban su pasaporte. Y cada rato nos paraban, por caseta es tiro seguro, el chofer nos pide la credencial a cada rato porque quiere checar si somos puros mexicanos”, recordó mi compañero de asiento, quien luego de ver la reacción de algunos pasajeros empezó a contar cómo ha sido su experiencia en otros viajes.
“Unas revisiones son como Migración y en otros son unos “tipo” la Guardia Nacional, pero nos paran más si vienen migrantes. Esa vez hasta Caborca (Sonora, México) se hizo como 38 horas”.
No le costó trabajo tomar confianza para contar abiertamente lo que ha presenciado en sus viajes constantes, como las agresivas extorsiones por parte de los mismos agentes de Migración: ha sido testigo y víctima de despojos por 2 mil pesos en revisiones realizadas en el estado de Sinaloa.
– Saben que venimos de trabajar y que traemos dinero, por eso se aprovechan y no hay más que pagar, -me relata.
Cerca del mediodía estábamos entrando ya a Mazatlán, Sinaloa, junto con el eclipse solar que se vio esa tarde. Al llegar a la estación de esta playa ubicada al noreste de México, nos bajaron del vehículo por poco más de una hora para realizar labores de limpieza. Algunos pasajeros ya estaban desesperados por emprender el camino de nuevo.
Mi compañero aprovechó para seguir platicando. Me mostró varios videos de las construcciones donde trabaja. La gentrificación que está alcanzando los pueblos sonorenses se ha convertido en su fuente de empleo; sin embargo, no descarta regresar a trabajar a Estados Unidos cruzando por el desierto, como ya lo hizo anteriormente.
– Yo quiero mandarle dólares a mis hijos, pero mi muchachita no quiere. Ella me quiere en el pueblo para su fiesta de 15 y ya es el otro año. Ella manda -me contó mientras nos acercábamos al autobús para volver a abordar y someternos a una revisión minuciosa del conductor: revisando las identificaciones de cada pasajero, ahora con más atención a la coincidencia de las fotos con nuestros rostros.
Lunes 8 de abril, 21:09 horas: El forzado silencio del viaje se vio interrumpido cuando llegamos a El Desengaño, Sinaloa en donde está instalado un retén militar.
Todos descendimos. Era evidente que después de la detención de “la mafia” el estrés predominaba, pero fue una revisión rápida, no más de 15 minutos en los que algunas personas aprovecharon para fumar, otras para comprar jugos, refrescos y botanas en una tienda cercana.
21:29 horas: No habían transcurrido ni cinco minutos de haber dejado el puesto militar cuando el autobús se detuvo de nuevo. Otra vez, dos civiles revisaron las identificaciones. Ya no se presentaron, solamente abordaron y dieron la respectiva orden.
Fue rápido: uno revisaba mientras el otro le cuidaba las espaldas. Terminaron, se despidieron del conductor y este inició de nuevo la marcha. No se hicieron esperar los comentarios y quejas de parte de los pasajeros, pero el incipiente hartazgo fue silenciado con la oscuridad repentina cuando el chofer apagó las luces.
Lunes 8 de abril, 22:03 horas: El autobús seguía su ruta sobre la carretera Mochis-Navojoa en Sinaloa cuando llegó el momento de otra revisión. Dos hombres y una mujer con uniforme del Instituto Nacional de Migración (INM) repitieron el operativo. Credenciales en mano para revisión.
Al llegar a los últimos asientos se detuvieron con un joven al que en ninguna otra inspección habían puesto atención. Los agentes hablaban en voz muy baja, parecía que no querían que nadie más los escuchara. Le preguntaban de forma insistente al hombre, que no pasaba de los veinte años, qué hacía, a dónde se dirigía, para qué viajaba y con quién llegaría.
La intimidación hizo que al muchacho, con identificación mexicana, le costara trabajo responder, no dejaban de cuestionarlo hasta que, bajando más la voz, le pidieron “300 para cada uno” a lo que el joven respondió que no tenía dinero. Luego la conversación se volvió ininteligible. Al cabo de unos minutos los agentes bajaron del autobús.
Se vino una nueva ola de comentarios, la gente ya estaba cansada de tantas detenciones. Querían llegar lo más pronto posible, pero eran conscientes de que estábamos a merced del destino.
Martes 9 de abril, 05:21 horas: Estaba por amanecer cuando el autobús llegó al puesto militar de Querobabi, un poblado del estado de Sonora, ahí descendimos para una revisión de menos de diez minutos en el clima helado del desierto sonorense.
05:57 horas: Volvieron a aparecer agentes del INM, la revisión ya rayaba en lo absurdo y esta vez hasta el conductor hizo ver su molestia e intentó negarles el acceso.
“Que prendas la luz y abras la puerta, ya sabes que, si no te gusta, ahorita te orillo y aquí los dejo un rato”, sentenció el uniformado.
Las siguientes horas fueron cansadas por tantas revisiones.
06:23 horas: Estábamos en Santa Ana, Sonora; Un par de civiles abordaron para una nueva inspección y se enfocaron en preguntar a varios pasajeros respecto a su lugar de destino.
A quienes respondían que iban hasta Tijuana les tocaba un interrogatorio a fondo para conocer el motivo de su viaje, con quién se hospedarían y el vínculo entre ellos. Se dirigieron únicamente a hombres.
07:16 horas: Llegamos a Altar, Sonora para otra revisión militar, de ahí seguimos a Caborca, 5 minutos antes de las 8:00 mi compañero de viaje se despedía pues ahí tendría que seguir su camino a otro municipio fuera de la ruta del autobús. Nos deseamos suerte.
En los pocos minutos que permanecimos en la estación, subieron otros dos civiles para revisarnos las identificaciones, eran dos adolescentes cumpliendo con la función de inspectores, que repitieron la rutina de revisar e interrogar a las mismas personas que habían sido cuestionadas en la parada anterior.
Nadie ponía resistencia para entregar sus credenciales, pero sí hacían cada vez más evidente su frustración. Un viaje programado para 38 horas ya estaba llegando a su tiempo prometido y aún faltaban varias ciudades del estado de Sonora y de Baja California por recorrer.
08:18 horas: Dos personas con uniforme de la Fiscalía General de la República subieron al camión, se asomaron y no hicieron nada. ¿Qué buscaban? Ya no importaba, solo estábamos cansados y aún faltaba el retén militar de Sonoyta, Sonora.
09:38 horas: Arribamos al punto de revisión militar antes mencionado, este es el más conocido y popular.
10:30 horas: Nos detuvimos en una fonda situada a la orilla de la carretera para desayunar, a unos metros del muro fronterizo y su oxidado cerco. Algunos de los pasajeros no quisieron bajar del camión, como si eso apresurara a los conductores.
12:58 horas: Continuamos con el viaje por los últimos kilómetros de la carretera de Sonora, llegamos a la central camionera de San Luis Río Colorado, donde una pareja de adultos mayores se unió a nuestro viaje, en tanto otros pasajeros se despidieron para quedarse en ese destino. Y ahí, todavía en las instalaciones, subieron dos hombres para revisarnos una vez más las identificaciones.
01:26 horas: La última parada por parte de personal del INM nos despedía de Sonora. No abordaron, sólo dialogaron con el conductor desde la orilla de la carretera y nos dejaron ir. Finalmente parecía que todo había terminado.
Al entrar a Mexicali, la capital de Baja California, en lugar de seguir la trayectoria hasta el centro, el conductor se desvió hacia la carretera a San Felipe, un municipio situado hacia el sur de la entidad. Casi nadie se había dado cuenta de eso, pero la pareja de adultos mayores entró en alerta pues temían que no los dejaran descender del autobús.
Luego de dar varias vueltas, el conductor llegó hasta una intersección y se detuvo. A la izquierda había un puente y debajo de él un hombre de aspecto común. El chofer le gritó unos números, esperó unos segundos y retomó su camino, ahora sí rumbo a la Central de Autobuses, a la que llegamos a las 3:10 de la tarde. La pareja bajó junto a otros pasajeros, y otros más subieron, éramos aproximadamente 20 las personas que íbamos hasta Tijuana.
Cansados, enfadados y en silencio fue momento de llegar a El Centinela, un puesto de revisión militar situado en la salida de Mexicali y que da paso al poblado de La Rumorosa.
Una vez más debimos bajar, ahí no hubo banda de rayos X, el proceso fue manual por tres militares, entre ellos una mujer de trato grosero que al llegar mi turno y ver mi identificación laboral, cambió su actitud. “Espero que esté disfrutando su viaje”, me dijo la agente. No supe cómo responder, solo intenté sonreír.
El final del viaje parecía tan cercano y lejano a la vez, solo faltaba Tecate, un municipio antes de entrar a Tijuana y ese trayecto tomó casi dos horas.
18: 15 horas: Finalmente llegamos a la central de autobuses de Tijuana. Un viaje programado para 38 horas se convirtió en un traslado de 46, aun cuando no iba ninguna persona de origen extranjero, como las miles que se exponen al riesgo que implica un trayecto de este tipo, atravesando territorios controlados por “la mafia”, en un país donde la ley garantiza el libre tránsito, pero quienes la aplican se rigen por sus propios intereses.
Edición:
Mely Arellano
Coeditora:
Priscila Hernández
Reportera y fotógrafa:
Janette De los Reyes Muñoz
Diseño Digital:
Abel Domíguez y Patricia Mercado